Desde nuestro sur planetario estamos viendo el desarrollo de la guerra de Ucrania y, también, asistimos a tomas de posición como si se contemplase un partido de fútbol, con simpatías y antipatías, pero la guerra no es un deporte. Aunque suele haber vencedores y vencidos, al final vencidos son todos, porque todos tienen muertos.

Hace más de un siglo, cuando la civilizada Europa decidió emprender 30 años de guerra en dos etapas, creyó que le sería fácil la primera etapa correspondiente a la Primera Guerra Mundial, pero terminó arrasada: todos los pueblos pagaron costos enormes y la única ventja la sacó Estados Unidos. El desastre europeo no hizo más que preparar el segundo capítulo de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy no hay ideologías enfrentadas como las hubo en el mundo bipolar. Lo que estamos viendo es un enfrentamiento de intereses que no se puden disfrazar de cosmovisiones encontradas. Queda bien claro que se trata de intereses descarnados que se enfrentan en la Europa no tan civilizada, porque desde la posguerra tampoco fue un remanso de paz como ejemplo para el mundo. No debemos olvidarnos de la guerra contra Yugoslavia y sus crímenes contra la humanidad.

Hace algunos días, Boaventura de Sousa Santos publicó un artículo obre la actual guerra europea en el que afirma rotundamente que los líderes europeos no estaban ni están a la altura de la situación que estamos viviendo y que pasarán a la historia como los más mediocres que Europa haya tenido desde el final de la Segunda Guerra mundial, y creo que tiene toda la razón.

Este conflicto se veía venir. Europa siguió pegada a la OTAN, un tratado de defensa de 1949 al que se le opuso el Pacto de Varsovia. Pero, cuando desapareció el Pacto de Varsovia, ¿qué sentido tenía la OTAN, salvo el de los intereses descarnados?

De todos modos, son varios los países europeos que no forman parte de la OTAN. ¿Para qué debía unirse Ucrania a ella? ¿No podía seguir siendo independiente y soberana sin esa unión? ¿Acaso no lo son los otros países europeos? Todo parece indicar que Boaventura tiene razón: fue una provocación a Rusia.

Consecuencias de la guerra para la economía de la Unión Europea

No se trata de tomar partido por uno u otro, sino ver un juego de intereses en el que quedan demasiados cadáveres. La tradicional posición argentina ante estos conflictos fue la neutralidad activa, es decir, decididamente contra la guerra y la muerte, pero no a favor de ninguno de los que matan. Desde Hipóliyo Yrigoyen en la primera guerra mundial, esa fue la posición de nuestros gobiernos populares, sólo quebrada en los años '90 y que nos costó dos hechos que nos duelen hasta hoy.

Hay algo que Boaventura no menciona, pero que no debe pasasrse por alto: los gobiernos de Europa no gobiernan. Las decisiones económicas no las toman los gobiernos, sino los órganos económicos de la Unión Europea en Bruselas, sus parlamentos y partidos políticos no deciden en materia económica, sino que deciden tecnócratas a quienes nadie vota.

En el mundo de esta economía financiarizada, los políticos perdieron el poder de decisión. Y, por cierto, no sólo en Europa. Los latinoamericanos sabemos de esto, y mucho más los argentinos. Es obvio que es la dirigencia europea más mediocre -como subraya el gran amigo portugués- porque no tiene poder y, entonces, camina hacia el suicidio. ¿Quedarse sin energía para depender totalmente de Estados Unidos? ¿Qué será de la industria europea al quedarse sin energía o con una mucho más cara?

Lucha descarnada de intereses corporativos que, por paradojal que sea, también dominan en Estados Unidos, donde sus gobiernos poco importa que sea demócratas o republicanos, deben ponerse al servicio de los enormes complejos energéticos y de su industria militar.

Si se hubiese pretendido conservar la paz, la solución hubiese sido, claramente, la de mantener a Ucrania como un estado independiente. Creo que es lo que todos los seres humanos racionales hubiésemos querido, que sea neutral en este juego de intereses, como una suerte de tapón en la frontera de Rusia y manener, así, a rusia calmada y no provocarla.

Nada justifica la guerra, pero tampoco la provocación de la guerra. Y, además, no lo olvidemos: si por un momento apartamos la vista de Europa y nos dignamos a echar un vistazo sobre África, veremos millones de muertos en las últimas dos décadas de este siglo.

Black Lives Matters no es sólo un título en la lucha de los negros norteamericanos, es algo que debiera ser un grito mundial si la humanidad, en serio, quisiese la paz. Está bien horrorizarse por lo que sucede en Europa, nadie debe matar a otro. El homicido no se legitima por el hecho de ser generalizado en forma de guerra, pero ¿acaso los mismos medios de comunicación que hoy nos muestran Ucrania se han dignado a mostrarnos los millones de muertos africanos de los primeros veinte años de este siglo? Posiblemente no porque eso n oera conveniente para quienes les venden las armas.