En su columna semanal en La García, Raúl Zaffaroni repasó la historia del patriarcado y del feminismo.

Ayer fue el Día Internacional de la Mujer. Creo que la mujer debería tener todos los días del año. Pero en nuestra cultura necesita un día internacional porque subhumanizó a la mujer a lo largo de milenios y en alguna medida lo sigue haciendo. 

Los humanos, por no tener nuestros instintos terminados como los otros animales, nos permitimos la riqueza de la cultura. Nos enorgullecemos de ella. Pero muchas veces me pregunto si ese motivo de orgullo no nos lleva a una condición perversa que nos hace dudar de la bondad de esa condición.

Nosotros los hemos usado la cultura para subestimar a quien nos protege hasta que podemos valernos por nosotros mismos.

Si la cultura puede llevarnos a extremos altos, también es cierto que puede sumergirnos en verdaderas perversiones como es el caso de la subhumanización de la mujer. 

El patriarcado se generó en una cultura de hombres que jerarquizaron las sociedades y para eso sometieron directamente a una condición subhumana a la mitad de nuestra especie.

Creo que muchísimas veces se señala el racismo por melanina con el colonialismo pero poco se suele vincular la jerarquización patriarcal con el colonialismo. Sin embargo, sin esa jerarquización no hubiese sido posible llevar adelante ninguna empresa colonial. 

El reforzamiento del patriarcado es un presupuesto del colonialismo. La misoginia fue el componente discursivo y legitimante de esa verticalidad de ejército social.

Cuando el colonizador necesitó jerarquizar el campo de trabajo forzado colonial debió ordenar a su personal que ahí sí se valió del racismo por melanina.

No por eso dejó de lado la subordinación de la mujer que en nuestra región quedó doblemente subordinada. 

En todo el planeta se fueron acumulando subordinación sobre la mujer. El oro y la plata de América fue la que posibilitó la revolución industrial en el norte y el surgimiento del capitalismo con una nueva jerarquización clasista.

Pero esta no canceló la posición subordinada de la mujer sino que se sumó a ella y por ende la mujer siguió subordinada y su trabajo de crianza, cuidado, le fue expropiado por el capitalismo para garantizar la reproducción del proletariado. 

Lo curioso es que el propio capitalismo, cuando en la posguerra quiso debilitar al sindicalismo, especialmente en el norte, abrió el mercado laboral a la mujer para duplicar la oferta de trabajo, no sólo numéricamente, sino con menor remuneración.

No fue ninguna generosidad de su parte, sino una táctica de neutralización de la fuerza obrera.

No lo movía ningún objetivo de cambio civilizatorio, por cierto, ni se conmovía por la injusticia de la posición de las mujeres. 

Ahora que las mujeres han logrado ocupar cierto espacio - mezquinamente limitado pero económicamente significativo -, y luchan por los derechos laborales, molestan al capitalismo financiero de nuestros días y provocan el renacimiento de brotes de machismo y hace que se les escapen expresiones misóginas a algunos dirigentes más o menos mundiales que añoran los tiempos del trabajo doméstico estropeado. 

Hasta ahora domina el relato de la historia de la humanidad escrito por hombres. Pero los movimientos igualitarista de mujeres son la revolución civilizatoria en marcha que no se puede detener.

No han logrado la igualdad todavía, pero se mueve rápidamente.

Cuando mi madre nació, mi abuela no podía disponer de sus bienes sin la autorización de mi abuelo, y cuando yo nací mi madre no podía votar.

En las últimas décadas esta dinámica se aceleran.

Hay que esperar que llegue a tiempo para salvar a la humanidad de su suicidio encabezado por hombres que está llevando a luchas de poder puro y simple y a la destrucción de las condiciones de habitabilidad humana del planeta.

Cabe esperar, pues, que las mujeres escriban la historia, hasta ahora sólo escrita por los hombres.