En su editorial, Cynthia García leyó un conmovedor relato escrito por su hija Lourdes sobre la Marcha del Orgullo, que se llevó a cabo este sábado y convocó a decenas de miles de personas.

Llegó el día en el que tu hija va a la marcha del orgullo y vos te quedas en casa cuidando al niño más pequeño. Quería referirme a la marcha del orgullo, a la comunidad LGTBIQ+.

Cuántas marchas el orgullo hemos compartido en luchas, en la pelea por la identidad de género antes de que se conquistara en 2012, antes que se conquistara el matrimonio igualitario en 2010.

La visibilidad e intentar poner los derechos en escena en esa visibilidad cada año en la marcha del orgullo. La comunidad trans contando en cada hoy cada año con mucha alegría.

No son marchas que siempre tienen mucha alegría en los padecimientos de la comunidad trans, que aún lo sufren las personas trans que tenían o tienen una expectativa de vida de 40 años. Pero ahora hay una ley de cupo laboral trans en este y en esta idea de generar puentes intergeneracionales en La García le pedí a Lourdes, que tiene 16 años, que ya que iba la marcha escriba una crónica para nuestra reflexión conceptual.

Les voy a compartir una reflexión conceptual de una chica de 16 años que fue el sábado a la Marcha del Orgullo aquí en la Ciudad de Buenos Aires.

El orgullo de compartir el ser

En la marcha el mundo se veía con ojos muy distintos a los cotidianos.

Había un filtro de arcoíris que nos hacía parecer una sociedad repleta de amor por dar y recibir sin fronteras. Frente a la Plaza y el Congreso había una suerte de portal a un mundo más puro, menos contaminado del odio que como humanos tanto sabemos impartir desde los atuendos a la forma en la que compartimos las canciones en La Mare, en la marea de glitter.

Éramos una unidad.

En un momento, un drag queen en el escenario relató una serie de objetos perdidos que de encontrar, podríamos acercar al escenario para devolver a sus dueños cuando lo contaba.

Dijo algo así como "no estamos acá para quitarle nada a nadie, ya nos han quitado mucho".

Se me asomó una pequeña gota al borde del lagrimal, porque es verdad, nos quitaron derechos, nos quitaron el respeto, pero ante todo nos quitaron cuando pudieron porque no los dejaremos más.

La noción de merecer amor en los muchos intentos de revertir nuestra condición, entre comillas, revertir nuestra condición, nos enseñaron que entendernos ajenos a eso que sentíamos era algo deseable y correcto, que nos hacía más merecedores del querer.

Nos enseñaron a redimirnos, a pedir perdón por algo tan noble como ser honestamente a nuestras verdades. ¿Quién debe perdonarme? Una deidad que me castiga por ser tal y como me creó, un ser del bien, con sed de condenar las disidencias a su deseo.

La madre o el padre que no me saben amar así, no pido perdón a con orgullo los himnos de nuestras marchas como un renacer, el orgullo de compartir el ser con otros que pueden ver mi historia y mis pupilas.

Compartir el ser con una plaza de mayo llena de banderas bien alzadas, besos y pechos con cicatrices que gritan una verdad que hace temblar el suelo. Estamos acá hace rato y no nos vamos a ningún lado.