Buenos Aires y su espalda de cemento. Cada día menos nuestra. Costanera Sur y el río que se pierde, una torre en pleno casco histórico de San Telmo que pondría en peligro en cada golpe a nuestra propia historia, Caballito que no puede más de edificios, Villa Urquiza que resiste conglomerados, Paternal y Parque Chacabuco lo propio y con desesperación intentando frenar mega torres, una plaza en Floresta que no quiere que le cementen el alma, empresas constructoras hostigando a vecines en Colegiales, Costa Salguero y la ciudad para pocos, Nuñez que intenta seguir siendo barrio, Villa Crespo que sufre estadios, Villa Santa Rita que no tiene plaza, y si querés podríamos seguir recorriendo los 100 barrios porteños, los olvidados y aquellos de los que abusan empujando todo límite.

En cada rrioba de esta ciudad capital, en cada cruce de identidades e historias, encontraremos a vecinas y vecinos que intentaron defender su lugar, que alzaron la voz, que resistieron topadora y cemento lo más que pudieron, que cortaron una avenida para que sus compatriotas se enteraran, para que los poderosos frenaran.

Pero, la realidad dice que poco y nada consiguieron. Las torres se alzan sobre el cielo, las topadoras siguen derribando, la cementadora continúa matando el verde, y el río se nos quedó todavía más lejos, más ajeno, menos nuestro. La degradación continúa, todo esto es en tiempo presente, y no aparece en la tapa de los diarios, salvo excepciones.

Atender al principado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sigue sin ser asunto de interés, según parece. Lo que se ve sí interesa, en todo caso, es que nadie se entere.

El principado porteño está determinado a transformar a esta ciudad en un barrio para ricos, en un paraíso fiscal para inversores en ladrillo, un shopping urbano de primeras marcas al que no estás invitada. Y da la sensación de que a nadie le importa. Salvo a esos vecines que puteaste de puro estresada que andabas.

Los códigos de edificación se redactan a necesidad de las grandes empresas constructoras, y lo que hasta ayer era imposible hoy ya anda preparando cemento para cimentar rascacielos. Los barrios se transforman en función de la necesidad de las grandes empresas constructoras. Expulsar a sus antiguos residentes es una consecuencia necesaria.

Le dicen progreso, pero eso es una mentira, una perversa estrategia publicitaria que confunde y oculta. Una falacia más de un sistema que nos necesita tontos y sin preguntas.

Y todo esto con la rúbrica del gobernante local que quiere llegar a Presidente. Dejame que te cuente de un gesto de estas últimas horas por parte del gobierno porteño. Cinismo llevado a un límite que indigesta.

Con bombos y platillos amarillos, se escuchaban los anuncios: "El Gobierno porteño convoca a los vecinos a participar para construir el futuro de la Ciudad. El plan se llevará adelante en tres etapas que comienzan este martes 21 de septiembre y finalizarán el 3 de diciembre. Como resultado se definirán nuevos proyectos de desarrollo interministerial en base a cinco ejes centrales: bienestar integral; seguridad; educación y trabajo; transformación urbana; y ciudad digital. En el marco del Plan, se llevarán adelante distintos encuentros e instancias de debate, entendiendo la importancia de escuchar activamente las voces tanto de los referentes de la sociedad civil y los especialistas en las distintas disciplinas, como de quienes viven o visitan todos los días la Ciudad. El objetivo es conocer en profundidad sus intereses y prioridades en pos de delinear políticas públicas que se adapten a las necesidades puntuales de los porteños."

Y mejor no sigo porque me da acidez. Después de todo lo hecho y sobre todo "lo destruido", te venden que quieren planificar la ciudad con la gente. ¿Cómo se le dice a esto? Mentir, disfrazarse, engatusar, manipular, así se le dice. Lo que sea con tal de salir ganando.

Sumale los peligros en las obras por controles e inspecciones cada vez más escasos, por caso, ¿te acordás el incendio en Palermo Chico el otro día? Era una obra en construcción y con controles ineficientes porque fue una mala praxis.

Y mientras las capas medias y altas se pelean, de Rivadavia hacia el sur, la yugan como se puede en la ciudad del olvido. Pobre Buenos Aires, finalmente, ¿qué culpa tiene? Ella no elige a quien la pisa y mucho menos a quien la moldea. Si pudiera hablar, ¿qué cosas diría Buenos Aires?

Probablemente, después de largas puteadas, nos pediría volver a algún patio, a alguna noche fresca de baile, de vecinos y cantores. Noches como aquellas en las que supo alegrarnos la vida un tal Alberto Castillo.