En su columna, Fernando Borroni reflexionó sobre los relatos y microrrelatos del odio en plena campaña electoral y sostuvo que, en los últimos tiempos, la sociedad argentina se ha vuelvo más violenta.

La sociedad argentina, sin querer generalizar, esta teniendo poca discusión política. La imposición de un relato sin argumentos, ofensivo y violento pero al mismo tiempo efectista, se ha instalado. 

Sobre ese discurso violento, sin argumentos y ofensivo, se ha montado esta campaña política. Por supuesto que los medios son gestantes y al mismo tiempo son reproductores de estos discursos del odio. 

Al ser repetido sistemáticamente por todos los medios de comunicación, no sólo se instala ese relato, sino que al mismo tiempo se va construyendo socialmente una forma de vincularnos. 

De un tiempo a esta parte somos una sociedad un poco más violenta. Recuerdo que había quienes decían que la pandemia nos iba humanizar y nos iba a cambiar para mejor. No solo que esto no sucedió, sino que de un tiempo a esta parte parece que somos una sociedad más violenta.

Ahora, por supuesto que la violencia siempre es un negocio para el poder real, porque genera fragmentación, porque genera división. Pero es momento de empezar a preguntarse qué pasa con los discursos de odio ¿Qué pasa con la mentira? Nunca vamos a dejar de denunciar al mentiroso y de denunciar al emisor de los discursos del odio. Pero hay que dar un paso más y empezar a revisar qué es lo que aquél que odia y aquel que miente genera en la sociedad. O sea, empezar a trabajar sobre las consecuencias. 

Este discurso violento que se ha sembrado de un tiempo a esta parte, es un relato fuerte, contundente, pero además nutrido de muchos microrrelatos que van generando actitudes sociales y que comienzan a ser pequeñas costumbres. 

Cuando una parte de la sociedad naturaliza el discurso del poder dominante en esos microrrelatos del odio, el sector que quiere otro tipo de construcción empieza a perder poder. Yo no salgo del asombro, de cómo hemos naturalizado el desprecio por el otro.

El odio por el odio mismo, el enojo por el enojo mismo, el rechazo por el rechazo mismo. Eso cuando se empieza a instalar en la sociedad nacen los Javier Milei. Milei no cae en paracaídas, es resultante de esos relatos del odio. 

Sólo una sociedad donde el rechazo y el desprecio por el otro corre como agua puede aparecer un candidato como Milei. Son esos microrrelatos invisibles, muchas veces, los que constituyen el gran relato. 

A veces nos detenemos en la tapa de un diario pero perdemos de vista lo pequeño, lo cotidiano. Donde se discute al pobre por ser pobre, al inmigrante por ser inmigrante, al kirchnerista por ser kirchnerista. 

A esos relatos hay que confrontarlos fuertemente, no sólo con la denuncia, sino con un relato amoroso, con microrrelatos integradores que valga la pena decir. Aquí es donde también tiene que jugar la política. 

La política debe proponer la discusión de valores, de discursos amorosos, integradores y no solamente la confrontación contra aquel que odia. Un país politizado es un país con mayor discusión argumentativa. Un país analfabeto políticamente solo puede repetir el relato del odio.