En su columna, Fernando Borroni reflexionó sobre el fenómeno Javier Milei e intentó explicar por qué el discurso de odio del precandidato a legislador nacional genera tanta adhesión entre algunos votantes.

Quiero detenerme por unos minutos en el voto o en la posibilidad de que el candidato Milei tenga una buena elección. A decir verdad, me preocupa mucho más el voto a este personaje que el propio personaje. 

Quiero decir, Milei puede llegar a ser diputado. Es posible que lo veamos y lo escuchemos gritar enloquecido desde su banca haciendo su show. Será protagonista de las redes. Pero Milei vale lo que vale y dura lo que dura. En fin, poco y nada será la historia en la política de Milei. 

Sin embargo, aquellos que lo votarán seguramente son parte de una sociedad que no desaparece rápidamente. Son una expresión de una porción de la sociedad que algo quiere decir. Por lo tanto, en este caso el personaje es eso, un personaje. Pero aquellos que lo van fortaleciendo son aquellos que deberían al menos llamar nuestra atención.

Debemos preguntarnos por qué lo votan a Milei. ¿Qué es lo que los motiva a esos votantes? ¿Qué buscan? ¿Qué proyectan? Cuando uno escucha el discurso de Milei se hace difícil comprender por qué se lo podría votar. 

No sabemos a ciencia cierta por qué se lo votaría ni cuáles son los objetivos. Pero podemos arrojar algunos análisis. Hay que darle respuesta a estas preguntas. Más temprano que tarde. ¿Por qué? Porque ese votante de Milei puede ir creyendo que el proceso de debilitar a la democracia es el proceso para la salida de esta sociedad y sus permanentes situaciones económicas que constituyen la marginalidad de la Argentina. 

El voto del descontento, del enojo, del desprecio, de la despolitización bajo una falsa lógica de la anarquía, es lo que propone Milei. Es un voto anti institucional. Es un voto antisistema. Es un voto que pone o dice poner en discusión la estructura, pero que no pone en discusión el modelo. Es un voto que de alguna manera se constituye como excusa para romper con una estructura en nombre de la libertad, pero que en el fondo no deja de ser un planteo autoritario. La trampa está en esa contradicción. Querer consolidar desde un discurso un modelo autoritario en nombre de la libertad. 

Milei significa en política la idea del rompe y raja. No hay camino que recorrer con este sector de los liberales. Solo buscan multiplicar la necesidad de quebrarlo todo sin importar por qué. Para ellos hay que oponerse a todo porque todo está mal y todos son chorros. 

Ese un discurso absolutista y autoritario. Rompe y raja hacia ningún lugar. Debemos preguntarnos cuál es ese lugar que propone los libertarios en la Argentina en términos ideológicos y no existe ese lugar. Tiene como punto de partida la reacción violenta pero sin sentido. 

La reacción no puede ser un punto de llegada, es un punto de partida. En el caso de lo que propone Milei, la reacción es todo. Reacciona sin proyecto, sin destino social y político, pero reacciona. Milei constituye entonces un espacio donde volcar las frustraciones generadas por el propio modelo, que él, insisto, no pone en discusión.

El espacio de Milei es un lugar que camina hacia el espejismo de una libertad individual, exacerbada, todopoderosa, que no encuentra límites. El modelo neoliberal tiene como motor el odio. Cuando logra envenenarnos de odio va construyendo recipientes donde volcar ese odio. Y así construyeron Juntos por el Cambio. 

Cuando ese recipiente ya deja de tener la atención de gran porción de la sociedad o por el contrario, empieza a rebalsar, hay que construir otro. Y ahí aparece Milei. No es otra cosa que un recipiente donde sigue cayendo lo mismo: odio, reacción, repulsión, desprecio, frustración. De  política nada. Absolutamente nada. Entonces, más importante que Milei es es esa porción de la sociedad que con todo eso dentro de ella, cree que hace política.