En su columna, Fernando Borroni reflexionó que esta campaña electoral está marcada por la discusión de los valores.

El Frente de Todos no tiene una oposición política. Apenas tiene una oposición del mundo de lo emocional, y si bien las emociones son parte de la política, no son ni deben ser el principio y el final de ella.

Puede que sean un motor. Puede que sean la pieza de un gran rompecabezas que es la política. La emoción, la pasión, la confrontación, son parte constitutivas del accionar político. Ahora, cuando lo que te mueve en política es sólo la emoción, sin ideas, sin convicciones, sin propuesta, sin historia de la cual defender y por la cual caminar, esa emoción es apenas un accionar individual que no conduce a nada. Y la política siempre es colectiva, por más que algunos intenten que sea todo lo contrario. 

Esto es hoy la oposición. Con la salvedad de que me pareció honesto hacerlo de los candidatos de la la izquierda que si tienen propuestas, el resto, sobre todo la oposición de derecha, es una oposición de las emociones negativas. 

En Juntos por el Cambio y en candidatos como Milei o Espert encontramos sintetizados el odio y el desprecio hacia la política, hacia las instituciones y hacia la democracia.

La verdad es que entonces la diferencia entre un espacio y el otro es simplemente un termómetro de la vehemencia con la que ejercen esa oposición. Pero básicamente todos andan saltando entre el odio y el desprecio.

La oposición no tiene nada para ofrecerle a la sociedad más que estas emociones negativas y la idea de fragmentar. Algo cambió en la política comunicacional de la oposición de aquel 2015 a hoy.

Si lo recordamos, en aquellas elecciones la derecha se apropió de palabras positivas. De la palabra felicidad, de la palabra juntos, del "sí se puede", del "podemos". Una enorme positividad discursiva había juntos por el cambio. 

Con ese lenguaje positivo, entre otros tantos factores, llegaron al poder y así destruyeron todo. Ahora la oposición ha perdido la posibilidad de usar ese lenguaje. Ya no están tan juntos. Se han demostrado que el "podemos" significaba que ellos podían hacer lo que se les cante con el patrimonio de todos los argentinos. Ya no creen en ellos mismos y quedó probado que la felicidad cuando gobierna la derecha es un engaño. 

No tienen lenguaje y además de que no tienen ideas. Pero entonces les queda ahora simplemente apelar a aquellas palabras que confundan, hieran o se instalen como una cáscara sin ningún contenido. 

Esto genera también una pregunta que es, ahora si frente al Gobierno nacional y su campaña, cuál va a ser el lenguaje positivo del Frente de Todos.

En ese sentido hay un mensaje que apareció con claridad que habla de la vida que queremos. Además de ser una cuestión política, esta idea debe ser una cuestión filosófica. 

No se plantea sólo la vida que quiero para mí, sino la vida que quiero para el otro. "La vida que queremos" no ha de ser solo un planteo económico o un eslogan o una consigna, si no es discutir qué sociedad, qué cultura, educación queremos. 

Esto es lo que va a empujar a una discusión de valores en esta campaña, al que inevitablemente hay que empujar a la oposición porque no tienen que decir. Es una elección donde vamos a discutir valores. Lo colectivo por encima de lo individual. Lo colectivo por encima del egoísmo.

El Estado inclusivo por encima del mercado y del sálvese quien pueda. El desendeudamiento para construir soberanía por encima del endeudamiento y sobre todo si vamos a construir un país de la mano de la verdad o de la mano de la mentira. 

Me parece que esta es la apuesta discursiva y comunicacional de este presente. Cuando uno escucha a los distintos candidatos del Frente de Todos, no solamente se contenta, sino que además se entiende que allí está el planteo político y discursivo que debemos conducir a la sociedad para volver a entender que la política es acción en filosofía, son valores sobre todo es discutir que hacemos con nuestras vidas y las de los otros.