Cristina Fernández de Kirchner es el Führer, dijo Martín Tetas, candidato de Juntos por el cambio en la Ciudad de Buenos Aires. Florencia Peña es el gato del presidente, dijo Fernando Iglesias y Waldo Wolff. Milagro Sala es la coya chorra para Gerardo Morales.

La mujer con determinación es autoritaria y soberbia. La mujer que visitó al presidente en la Quinta de Olivos para llevarle un proyecto que tenía que ver con la cultura y el arte, en realidad fue porque seguramente tiene sexo. La mujer que organizó un pueblo para construir viviendas, escuelas, piletas, en realidad lo hizo para robar. Eva salió de la costilla de Adán. Las mujeres que tienen muchos hijos es porque quieren vivir de los planes sociales. La lista sería larguísima.

Más allá de lo que significa el patriarcado, la violencia de género en términos económicos, estructurales, esta violencia machista desde el lenguaje, desde lo cultural, debe tener un límite definitivo que no debe ser defendido desde la lógica de la libertad de expresión. La libertad de expresión no es el derecho a perseguir y a estigmatizar al otro o a la otra, en este caso.

Todos los varones debemos recorrer un proceso al que se llama deconstrucción. Todos lo debemos hacer. Quienes tienen una responsabilidad institucional, aquellos que tienen mayor visibilidad frente a la sociedad, tienen idéntica responsabilidad, pero mayor urgencia en esa deconstrucción.

Existe un machismo que hoy se sostiene por formación. Hemos sido educados en un modelo social, económico, religioso, costumbrista y profundamente machista. Hay que salir de ese espacio porque lo que antes estaba legitimado no significaba que estuviese bien. Estaba legitimado, pero estaba mal. Ahora hay que terminar con ese proceso de legitimación que tiene que ver con deconstruirnos.

Ahora bien, también existe un machismo, una misoginia que es ideológica, que cree profundamente en la supremacía del hombre por sobre la mujer. Están convencidos que el hombre puede más, merece más, y por lo tanto, es más. Cuando Fernando Iglesias y Waldo Wolff dicen lo que dicen, no es sólo por misóginos o por machista, sino porque además tienen una mirada selectiva, sobre todo aquel que no se le parezca. Las mujeres, los pobres, el laburante. Su desprecio es hacia todos los demás que consideran inferiores.

Entonces son tan machistas como inquisidores con las clases populares. Es un machismo ideológico, aparte del machismo. Por eso escuchamos a María Eugenia Vidal, defender a Iglesias, porque la derecha es una política de desprecio a todo lo que consideran inferior.

Esta es la regla y hasta en los mismos espacios del PRO, casi que aceptan que la mujer es inferior al hombre. Si bien el machismo no es patrimonio exclusivo de la derecha, es cierto que en ellos es parte de una convicción política. Es parte de la perversa lógica de la superioridad por sobre todo aquel o aquella que no se les parezca.

El que tiene es superior al que no tiene. El blanco es superior al negro. El patrón es superior al trabajador. El hombre es superior a la mujer. Florencia Peña está pagando el ser mujer pero está pagando también que su popularidad le haya puesto al servicio de un posicionamiento ideológico. El machismo es no solamente una expresión violenta, sino que al mismo tiempo y aquí se demuestra, es una expresión del modelo.

Esta sociedad tiene mucho que aprender. Tenemos mucho que aprender y hay que poner un límite que nadie se escude tras la libertad de expresión. Porque es parte de la misma mentira.