La oposición quiere bajarle el nivel a la discusión política. Pretende hacer de esta campaña electoral una confrontación de eslogan donde la chicana sea las reglas del juego, la estigmatización le gane a la argumentación y donde las acusaciones cruzadas estén a la orden del día. 

Al fin y al cabo, lo que pretenden es una campaña que se empape de lo emocional, que no tenga argumentos y donde el revanchismo político se constituya como el motor para tomar una decisión de parte del electorado. 

Cuando uno hace el repaso de nuestros años de democracia, puede leer con nitidez que existieron etapas en donde las elecciones estaban regladas mayoritariamente por algún argumento político que se discutía o por alguna emoción. 

En las elecciones de 1983 la política pasaba por recuperar la democracia. La emoción tenía que ver precisamente con dejar atrás el miedo y comenzar una etapa política en donde la esperanza, la libertad, la educación, la salud y el trabajo abran sus puertas para una sociedad que quería retomar los pasos de los derechos de la Constitución.

Entonces, en los 80 la discusión era la democracia. La política era sinónimo de ella. Así Alfonsín, con esta síntesis de que con la democracia se comía, se educaba, gana las elecciones. 

Luego de la crisis económica del gobierno radical en los 90 la discusión política era salir de la crisis económica. Por lo tanto, la economía desplaza a la idea central de la democracia y ocupa en las primeras páginas. El voto era pensado en pos de lo económico. Había que transformar la realidad económica y así fue. 

Luego de dos gobiernos del menemismo, en donde se saqueó y se vació la Argentina y en donde la corrupción se apropió de la política llegan las elecciones del año 99 donde bastaba para ser presidente, ser honesto. Si la política era corrupción, el motor entonces a partir de esa instancia era la honestidad.

La regla del juego es 'terminemos con la corrupción, terminemos con los saqueadores del Estado y busquemos un presidente honesto'. Ahí aparece Fernando de la Rúa. Decían: "es un tipo honesto, no va a robar" y con eso alcanzaba. Claro, cuando se vio que De la Rúa, ni más ni menos, vino a continuar con el modelo del menemismo todo estalló,

Entonces llegó el 2001, donde el que se vayan todos reglaba la política. Entonces debía llegar un momento en donde la Argentina debía volver a nacer pero donde primero había que recuperar esa política que había sido denostada y destruida. 

Por eso en el 2003 lo que se vota con un motor que era mayoritariamente de confusión y de desencanto. Durante el 2003 y el 2015 es la primera vez en esos 12 años de la historia de nuestra democracia que se discutían en las elecciones, qué modelo de país queríamos y defendíamos y a qué modelo de colonia no queríamos retornar. 

Fueron esos 12 años donde se discutió política en profundidad y las elecciones tenían que ver con eso. Claro, la derecha entendida del tema comunicacional, sabía que su manera de volver era ni más ni menos que volver a instalar la lógica de "se robaron todo", de la política como la mala palabra y como instancia de corrupción. 

Entonces, en el 2015 se votó de la mano de la mentira, de la operación política, de que todos son corruptos y de la mano de aquellos que, como no venían de la política, parecían más honestos. Ya sabemos lo que pasó en 2015 al 2019.  

En el 2019 se vota para escapar de Macri, pero al mismo tiempo para recuperar algo de lo que habíamos tenido esos 12 años. ¿Qué se va a votar este año?. Estas elecciones van a poner en discusión también qué vamos a ir votando de cara al 2023.

Lo que hay que volver a discutir es un modelo. Hay que volver a recuperar esa mística, esa épica, esa discusión política del 2003 al 2015. Discutir trabajo y salarios. Discutir deuda y discutir distribución de la riqueza. Discutir un modelo de oportunidades. 

No caigamos en la trampa del eslogan. No caigamos en la trampa de las acusaciones cruzadas. Ojalá la sociedad entienda que si ella deja de hacer política, la política pierde todo sentido.