Cristina Fernández de Kirchner aparece y, por un rato, se hace silencio. Les guste o no, copa la escena. Será que tanto se la extraña, amantes y detractores por igual. Pero, además, tanto que se necesita de una figura con historia y con carisma que cante las cuarenta y que lo haga exponiendo sus emociones.

Escucharla hoy a la tarde y saber de toda la historia que hay por detrás de sus palabras y de esas emociones que se veían, humaniza este trance en el que andamos hace ya tanto tiempo, engrietados, ciegos y desencontrados.

Veía a una mujer frente a su lugar en la historia, una política de cara a su legado y una pregunta que nos cabe a todos todas y todes: qué estamos haciendo para mejorar el futuro de las próximas generaciones.

Ella habla, nos interpela y se interpela, y el pueblo escucha con atención. Venía hablando de deuda Pública en relación al PBI, de cómo bajó esa relación en sus años de gobierno y de cómo se disparó en los cuatro años de la tragedia amarilla.

No es por exagerar, pero ¡qué cacho de mujer! ¡Y que pedazo de política que es Cristina! Cuánto nos hacía falta que nos hablen con claridad y contundencia. Al pan pan y al ladrón, Mauricio. Y, a la vez, esa impotencia manifiesta que es la misma que sentimos vos y yo cuando los Macri mienten con descaro y hay quien los da por ciertos.

Piensen, pidió Cristina. Razonen. Y, una vez más, tiene razón. Hagámonos cargo de nuestro lugar en esta historia nosotras, nosotros y nosotres ciudadanes. Responsabilidad histórica, dijo. Hablaba de ella, pero también hablaba de vos, de mí y de cada argentina y argentino que se toma en serio ser parte de un país.

Me acordaba de una frase del Flaco querido: ¿No ves que ya no somos chiquitos?