La disputa política es también una disputa comunicacional. Casi que en estos tiempos la comunicación hace a la política, con el hacer también que lo constituye.

Si hablamos de la comunicación en estos tiempos, podemos advertir que en medio de un vínculo comunicacional en el que vivimos, es un vínculo comunicacional violento, sin profundidad, más pensado para el impacto que para la reflexión, que para el análisis que para la crítica.

Esto se puede encontrar en los medios de comunicación, en la comunicación política yen la comunicación casi comunitaria de todos los días.

La oposición comunica para instalar la agenda y le es fácil esta tarea. ¿Por qué? Porque posee más del 80 por ciento de los medios. Entonces, instalar sus intereses como las noticias que nos deben importar a todos y a todas les resulta muy fácil.

Ellos estarán en el tema de que hay que hablar. Ellos instauran el lenguaje con que hay que hablar ese tema y le ponen casi una lógica emocional al discurso, al relato, a la discusión que debe darse, y lo logran por su maquinaria de repetición.

De este lado muchos insisten que hay que hacer oídos sordos a la agenda de la oposición, a la agenda del poder real y no repetirla. "Hay que construir una agenda propia", proponen. El para quienes plantean esto es que hay que advertir que aunque nos hagamos cargo o no nos hagamos cargo de la agenda que instala la oposición o el poder real, ésta se instala igual.

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Juntos por el cambio no necesitan de cada uno de nosotros, quienes estamos parados en el campo nacional y popular para instalar un tema. Lo hacen inevitablemente por la desproporción de la correlación de fuerzas.

La opción que queda desde este lado es salir al cruce de esa agenda y al mismo tiempo construir la propia. Ahora bien, la denuncia es una etapa de la comunicación política, no es el todo. La propuesta es otra etapa, la más importante. Toda comunicación para ser exitosa debe ser pensada desde y para la pluralidad cultural del lenguaje y territorial desde dónde queremos comunicar.

No todo se debe o se puede comunicar de idéntica manera. Eso sólo puede hacerlo el odio. El odio si tienen un solo lenguaje. Por eso a la oposición y a los medios del poder real es mucho más fácil instalar su relato y su discurso. Porque todo lo que se opone al odio, o todo aquello que exige mayor espacio de discusión y de reflexión lleva más tiempo.

Ahora, si en este lado sólo le contestamos al odio, nunca seremos lo nuevo. La derecha en toda la región ha perdido el pudor. Se ha quitado el bozal, no tiene límites en el decir cuántas barbaridad desee. Destilan, su desprecio, su xenofobia sin ningún reparo.

A veces de este lado parece que genera cierto temor gritar a viva voz a qué y a quiénes se defiende. La comunicación de estos tiempos exige la claridad conceptual, las convicciones y el definir de antemano a quiénes y cómo se les quiere hablar.

Pero además, estos tiempos exigen una comunicación que se anime a un nuevo lenguaje y a una nueva épica. Se comunica para convencer, no sólo para dar a conocer. Lo que no puede pasar es que la comunicación política sea simplemente convencer que el otro miente o convencer de que el otro odia.

Hay que convencer también a partir de las convicciones propias de la mirada de país propio. De una mirada inclusiva que busca ser justa, que pretende ser soberana e independiente.

Esa comunicación política es central en estos tiempos. La disputa comunicacional que estas horas exigen es salir del personalismo, salir de la nominalidad, salir de los nombres y los apellidos para comunicar lo que esos nombres y apellidos representan en términos sociales, económicos y culturales. Otra comunicación es necesaria en todos y en todas para construir otra política.