Si la patria es democracia y República, pues entonces cuidémosla. Siempre hay amenazas pendiendo por lo que entendemos por democracia.

La bronca es muy difícil de manejar cuando viene la provocación de una manera tan gratuita como la que impulsó ayer Patricia Bullrich con su denuncia de corrupción en las negociaciones con Pfizer.

Bullrich es un mamarracho político, pero a la vez es la presidenta del PRO. Uno se obliga, aunque sea imposible, a considerarla en su valor político y representativo.

Lo que dice Alberto Fernández también es un lamento, una queja, porque da mucha pena que ha a cada rato halla que ocuparse de este trípode infamias y de mentiras, en vez de ponerse plenamente en lo importante de la tarea que hay que desarrollar ahora que es la pelea contra la muerte.

Hay indignación. Es lo único que aflora en medio de la impotencia que la falsedad constante provoca. Alberto Fernández dijo además que la denuncia de Bullrich tendrá su correlato jurídico porque piensa ir contra ella por los dichos de ayer.

Una denuncia a través de esa idea de recurrir a la justicia pero también una denuncia en el plano moral para que tengamos en cuenta de lo que es capaz Patricia Bullrich.

Bullrich dijo que hubo pedido de coimas de parte de Ginés González García con el conocimiento del Presidente, a Pfizer. El laboratorio desmintió categóricamente lo dicho por la mentirosa más audaz de este tiempo.

Después de la desmentida de Pfizer, Bullrich se mantuvo en la mentira. ¿Con qué argumento? ¿cCon qué prueba? Con ninguna. Eso importa, pareciera que no.

¿Qué lugar de la mente de Bullrich habilita su desvarió? Es la traslación de su propia moral. Bullrich coimeó a Vandenbroele con un hotel, compró a Fariña.

Cada una de las cosas que dicen sobre el Gobierno es para posicionarse en su interna frente a un electorado que juzgan enloquecido