Se desató toda una discusión política desde sectores que integran el Frente de Gobierno acerca de la Tarjeta Alimentar, acerca de cuánto sirve esta tarjeta, cuánta proyección a futuro puede tener una tarjeta que garantiza un ingreso mensual para familias que tengan determinada cantidad de hijos, precisamente para comprar alimentos.

Las críticas surgen de parte de los movimientos sociales integrados por miles de familias que están en el equilibrio todos los días entre la pobreza y la indigencia, o agarrándose de lo último que les queda de ser clase media para no caer en la pobreza.

Desde estos sectores entienden que la política de la Tarjeta Alimentar está bien, pero exigen trabajo, un planteo sensato. 

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Lo primero que hay que hacer es diferenciar entre el mientras tanto y el deber ser a mediano y a largo plazo. Esa diferencia hay que hacerla porque mientras tanto la política debe dar respuesta.

La Tarjeta Alimentar, como cualquier programa social, es para el mientras tanto y es la clara evidencia de que el Estado está en deuda.

Si el Estado llega a algunos sectores de la sociedad a través de una asistencia es porque a priori está aceptando que hay derechos que han sido vulnerados. El derecho a la alimentación, el derecho al trabajo llega tarde.

De alguna manera el Estado cuando llega con los programas sociales, porque debió llegar primero con el trabajo y las oportunidades, sin embargo, está presente. Nadie sale de la pobreza por la tarjeta.

Alimentar esto es un dato estadístico que debo decir que el gobierno utiliza equivocadamente, porque si para comer vos y tus hijos necesitan de una tarjeta, sos pobre. Hay que aceptarlo.

Lo importante de esta tarjeta es que sale ante lo urgente, porque el hambre no puede esperar la discusión política. Ese deber ser que es construir trabajo. El hambre debe ser atacado de inmediato. Y ahí aparece entonces el programa social.

Pero tampoco el Estado puede recostarse sobre los programas sociales circunstanciales, sino que debe construir políticas para generar trabajo, porque el único ordenador social por excelencia es el trabajo. La asistencia económica del Estado siempre debe ser un punto de partida. No puede ser un punto de llegada.